lunes, 22 de junio de 2015

Reflexiones en el día del abogado

Hoy 22 de junio, quienes ejercemos la profesión de abogados celebramos nuestro día.

¿Y por qué celebramos, acaso, nuestro día?

Pues porque se celebra el hecho de que hagamos lo que hacemos.

¿Y qué es acaso lo que hacemos?

De todo.  Somos los que legalizamos tierras de los invasores de tierras, Pero también somos aquellos que nos encargamos de presentar la demanda o la querella para sacar a los invasores de allí.  Somos los que denunciamos al presunto homicida o violador, pero somos también los encargados de defender a quien enfrenta una investigación por esas razones.  Somo los que redactamos la carta de terminación de contrato laboral y elaboramos la liquidación de prestaciones privando al trabajador de sus derechos laborales, pero también somos los que peleamos por lograr la indemnización de ese trabajador.  Somos los que redactamos el contrato leonino que obligamos a que firmen los usuarios de la gran corporación, pero somos también los que acudimos ante el operador jurídico para que se nos respeten los derechos como parte débil en ese mismo contrato.  Y por supuesto, somos los que analizamos todas estas mismas decisiones, y las decisiones y dirimimos el conflicto.  Pero también somos los que enseñamos a que otros puedan el día de mañana llegar y hacer todas estas cosas, y somos los que revisamos una infinidad de libros, artículos, sentencias, laudos, resoluciones, leyes y decretos, para poder decir cómo es que deberían realizarse estas labores.

Como se observa, hacemos de todo (y no terminé mencionar qué es todo lo que hacemos).

¿Y tenemos que celebrar, entonces, que seamos capaces de hacer muchas cosas?  ¿Por qué entonces no celebrar el día del mago o el día los oficios varios?

La razón se halla en el hecho de que lo importante no radica en celebrar qué es lo que hacemos, sino por qué es que lo hacemos.

¿Y por qué lo hacemos?

Esa es la pregunta que ha entrado en crisis en la actualidad.  No parece existir un horizonte al cuál nos vemos todos obligados a apuntar.  Ha desaparecido en gran medida la deontología de la profesión (el término "deontología" hace refererencia al estudio de los deberes inherentes a algo o a alguien, es este caso, inherentes a la profesión de abogado).  Parece fácil aceptar en la actualidad que hay abogados que se encargan de defender al que actúa en contravía de los intereses de la mayoría, de los fines del Estado, o en perjuicio de los demás.  Resulta igual de fácil ver a un "abogado del diablo" que al abogado que cumple realmente una función social.

¿Estaríamos dispuestos a aceptar, por ejemplo, que juntemos en el mismo rango de "guerreros" a los militares, a los guerrilleros, a los paramilitares o a los miembros de las "bacrim"?   Probablemente no.  Algo así debieron afrontar en la teoría política clásica los filósofos griegos cuando intentaban diferenciar al monarca del tirano, o la aristocracia de la oligarquía.  Existían formas puras y formas impuras de gobierno.  Algo así puede predicarse de la profesión de abogado.

Así como en materia argumentativa no alabamos por igual al gran retórico que al gran sofista, de esa misma forma no se ha de celebrar la profesión del "mercenario" del derecho por igual que la del abogado.  El primero será capaz de torcer el ordenamiento jurídico para beneficiar la postura del cliente.  El segundo será el que procurará resolver el problema del cliente pero a la luz del ordenamiento.

Dicho lo anterior, y como lo he hecho en la mañana a través de las redes sociales, le deseo un resto de día muy feliz a mis compañeros y amigos, los verdaderamente "abogados".  Para los mercenarios del derecho, les envío un respetuoso saludo.

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