Recientemente hemos tenido que vivir un ataque (uno más) de la guerrilla a la fuerza pública. En esta ocasión, el ataque se dio en la isla de Gorgona, un destino turístico que en otra ocasión tuvo una utilidad bastante distinta. Hace ya bastantes años, en Colombia existían varios tipos de privación de penas privativas de la libertad personal. Por ejemplo, existían el presidio, la prisión, el arresto, y la reclusión. Gorgona nos ha de recordar la primera de esas penas, en donde no solo la persona era privada de la libertad, sino que debía cumplir con trabajos forzados y un especial aislamiento del resto de la población.
A medida que ha transcurrido, Colombia ha ido decantando cada vez más su elección de penas principales, al punto que en la actualidad únicamente se prevén dos: la prisión (privativa de la libertad personal), y la multa (privativa de otros derechos). Desde 1980 a la fecha, hay algo que no ha caracterizado a la legislación en materia penal: la innovación. Inventar tipos penales no es precisamente ser innovador, significa ser un Estado carcelero, que es distinto. Contrario a lo que creen muchos de mis colegas, no considero que el ser un Estado carcelero sea inherentemente algo malo. Creo, eso sí, que la imposición de penas, por sí mismas, no solucionan los conflictos sociales, y por alguna extraña razón, parecería que todavía en nuestro subconsciente anhelamos que así sea.